‘Caballitos’, ‘yeguas’ y patines, expuestos con vestimentas deliberadamente inapropiadas y en contextos degradantes. Éstos son los ingredientes de una nueva tendencia social que descarta absolutamente cualquier riesgo con connotaciones antisociales.
En el océano virtual de las redes sociales, una categoría específica está surgiendo en los feeds de las principales plataformas: jóvenes, a menudo provenientes de Sudamérica y también de contextos sociales complicados, se filman unos a otros realizando acrobacias espectaculares –y peligrosas– en motocicletas pequeñas y grandes. Lo que hace que el fenómeno sea aún más viral es la combinación de ropa completamente inapropiada (y provocativa, cuando se trata de chicas) y contextos urbanos degradados, que contribuyen a crear un estilo narrativo directo, crudo, casi hiperrealista.

Las plataformas digitales, desde TikTok hasta Instagram y YouTube, se han convertido en escenarios donde el libre acceso y la falta de riesgo se convierten en entretenimiento. El cuerpo –sobre todo el femenino– se transforma en herramienta narrativa, casi siempre expuesto y sin protección: pantalones cortos muy cortos, tops ajustados, botas de pasarela y, rara vez, casco. Los niños a menudo parecen aún menos “equipados”: un par de pantalones cortos y chancletas como único calzado. Los videoclips muestran acrobacias en calles polvorientas de los suburbios. No importa si es Medellín, las afueras de Lima o las favelas brasileñas. La constante es un asfalto a menudo lleno de baches, que enmarca actuaciones que flirtean continuamente con el peligro. La espectacularización del riesgo se fusiona con una estética que mezcla seducción y rebelión.

Los algoritmos que mueven la “centrífuga” social premian este tipo de contenidos y aumentan la popularidad de los “influencers” desdeñosos. Algunos perfiles acumulan millones de seguidores y generan ingresos considerables a través de visualizaciones, recomendaciones de productos y colaboraciones con marcas de moda urbana. En un entorno digital donde la atención es moneda corriente, estos influencers han aprendido a jugar (y jugar bien) con las reglas del algoritmo: edición precisa, música pegadiza e imágenes potentes. El lujo y la “vida perfecta” pierden así su exclusividad en la exposición digital. La pobreza ya no se oculta, sino que se exhibe y se transforma en un elemento de identidad y narrativa. Así es como funciona nuestro mundo.
Detrás de este fenómeno, sin embargo, hay un contexto sociocultural complejo: en muchas áreas geográficas, la falta de oportunidades laborales y la consiguiente tasa de paro juvenil, que a menudo va de la mano de un acceso limitado a la educación, hacen de las redes sociales un atajo para lograr una gran visibilidad y, en consecuencia, también una potencial emancipación.

Conclusión
No es necesario molestar a los expertos en seguridad vial ni a los medios de comunicación para resaltar el riesgo de imitar comportamientos peligrosos. Principalmente de los principales usuarios de las plataformas, los jóvenes. La perpetuación de estereotipos y la tendencia a romantizar la marginación social son la sal amarga de este fenómeno. Si hay que debatirlo, lo hay, y toca cuestiones profundas.
Aún no se sabe cuánto tiempo durará el “bombo” en torno a este fenómeno. Lo intrigante es que en un mundo donde todo es “contenido” potencial, incluso la vida al límite se convierte en un producto altamente prescindible. Quizás por eso mismo —especialmente hoy— es útil cultivar una mirada crítica sobre lo que consumimos, a menudo ingenuamente, en las redes sociales.
